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Fuera de lugar

Parte II

Carlos Almira Picazo
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaCalle de San Juan de Dios, Granada
LA AUTOPISTA
Lo que es capaz de llorar
no debe ser tan malo.
Lo que es capaz de reír
no debe ser tan malo.
Hoy al volante, solo, lloré
por un niño desconocido
y los juguetes que pusieron en su tumba.
Aunque sólo fuera un instante
—a más de cien kilómetros por hora—
no me sentí ya solo.
El mundo es tan frío
que pasaremos sin verlo, a todas horas.
Jornada tras jornada,
sumidos en nuestros cálculos,
idénticos a nosotros, tal y como nos ven
con los ojos cerrados, de espaldas, los otros.
Quién iba a decírmelo, hoy
por una fracción de segundo,
mi cuerpo, mis rutinas,
sirvieron de madera al día
antes de seguir autopista adelante.
LAS CALLES
Ayer, al fin, las calles me hablaron:
me echaban de menos;
cada una tenía un poco de mí;
ésta, una mirada;
aquélla, una canción.
El banco donde leí toda una tarde
un libro que no recuerdo, ¡con qué gozo!
y no lejos, el semáforo
donde murió mi tío Mingorance;
y la rotonda donde esperé una hora
a una cita que no se presentó.
Y sentí ganas de correr,
y taparme los oídos y los ojos;
pero en vez de eso, me quedé plantado
como abrazado por una ráfaga verde.
Cerca de la casa donde vivimos, junto al río,
cuando nació Carlos,
empezó a llover de pronto:
yo llevaba un paraguas grande, negro, venerable;
pero decidí no abrirlo,
y el agua me empapó la cara
—y me sentí bobo, enamorado, y libre—
como los dedos de una amante.
CIFRADO
La Eternidad será como este abrazo
—un punto en un segundo que perdiste—
algo hermoso y prohibido que no hiciste;
apenas un instante de embarazo.
A cambio de no dar nunca su brazo
a torcer, el poeta estará triste;
y querrás recordar que lo tuviste,
como el temblor de un pájaro en tu lazo.
La Eternidad que ya es este segundo,
estos versos que lees en el barullo
del trabajo, los otros, que sentiste:
será como una ráfaga del mundo;
como un verso que fue, quiso ser tuyo;
como el roce de un día que entreabriste.
OTRO DÍA
Cuántas veces he pasado por aquí,
por estos árboles raquíticos;
por este puente de hierro.
Y cuántas veces pasaré aún, ¡durante cuántos días!
Marcharé sin darme cuenta,
preocupado sólo por mis asuntos,
avanzando primero un pie, y luego el otro,
y luego el otro, y luego el otro...
Y llegaré de pronto, sin darme cuenta, a mi habitación;
y me tumbaré en mi cama;
y cerraré la ventana; y apagaré la luz,
a esperar otro día.
CÍRCULO VICIOSO
Durante años
viví con la obsesión del tiempo;
de que los días se me escapaban para siempre,
como los vagones de un tren, irremediablemente.
Nunca más serás niño, ni hombre;
ni fumarás este cigarrillo;
ni sentirás este beso, ni este libro, ni este golpe de aire...
Todo eso no eran más que tonterías:
una pose del pensamiento.
Quien no comprende que la muerte muere con él;
que los parques siguen llenos de niños, de viejos, de parejas;
las calles llenas de gente variopinta;
y las cafeterías, y los Centros Comerciales, y el resto,
es que no entiende nada;
y no tiene luces, ni dos dedos de frente;
es como un recién parido que berrea,
y luego se ríe, y sin motivo se duerme sobre una extraña.
Yo quise cambiar muchas veces de vida:
lo mismo hubiera sido pretender mover los parques y las calles,
u obligar a las olas a traer de vuelta a los barcos a sus dársenas.
Aún suponiendo que el mundo se acabara de golpe, por una explosión nuclear, por ejemplo:
cada uno se llevaría su muerte consigo, tan intransferible
como su traje, sus zapatos, o sus calzoncillos.
Hace tiempo me preocupaban mucho estas cosas,
y escribía poemas, como ahora.
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Copyright ©Carlos Almira Picazo, 2010
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Fecha de publicaciónJulio 2010
Colección RSSTrasluz
Permalinkhttps://badosa.com/p196-2
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