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Un dramaturgo incapaz de crear personajes verosímiles encuentra la solución a sus problemas creativos: tejer historias con personas de carne y hueso. Un extenso relato por uno de nuestros autores más veteranos, el argentino Fernando Sorrentino.
Índice
- Inicio de la narración
- Acerca del autor
Acerca del autor
«Yo soy Fernando Sorrentino, y escribiré en primera persona para hacerme por completo responsable de la veracidad de mis palabras. Nací en Buenos Aires el 8 de noviembre de 1942. Según dicen los hombres dignos de fe, en mi literatura de ficción hay una curiosa mezcla de fantasía y humor que discurre en un marco a veces grotesco y siempre verosímil. Me gusta más leer que escribir, y en verdad escribo muy poco. A lo largo de treinta años no tengo demasiada bibliografía para exhibir. Mi obra narrativa se compone de seis libros de cuentos (La regresión zoológica, 1969; Imperios y servidumbres, 1972; El mejor de los mundos posibles, 1976; En defensa propia, 1982; El remedio para el rey ciego, 1984; El rigor de las desdichas, 1994), un relato extenso (Costumbres de los muertos, 1996) y una novela no demasiado larga (Sanitarios centenarios, 1979). Mis libros para niños conservan, mutatis mutandis, aquellas mismas características, y son los siguientes: Cuentos del Mentiroso, 1978; El Mentiroso entre guapos y compadritos, 1994; La recompensa del príncipe, 1995; Historias de María Sapa y Fortunato, 1995; El Mentiroso contra las Avispas Imperiales, 1994; La venganza del muerto, 1997; El que se enoja, pierde, 1999; Aventuras del capitán Bancalari, 1999.»
La opinión de los lectores
Soy lectora habitual de Fernando Sorrentino. Por lo tanto, aprecio el peculiar manejo del humor que exhibe en gran parte de su obra. Sin embargo, me complace que hayan elegido para su publicación Carta a Graciela Conforte de Sicardi —que no tiene nada de risueño—, cuento en el que, junto con "Superiores y subalternos" (En defensa propia, 1982), se revela el mejor Sorrentino. ¿Por qué? Porque ambos evidencian que fueron escritos "con sangre"; esto es, dan la impresión de que, técnica ficcional aparte, sus protagonistas "vivieron" en algún momento dentro del autor. En efecto, tienen una veracidad, para mí primordial, capaz de revolver hasta lo físico las entrañas del lector, cualidad que ha perdido gran parte de la literatura de la segunda mitad del siglo XX.Lo más terrible de este relato sombrío y tortuoso es que el narrador, a pesar de ser tan desdichado, no despierta la simpatía de quien lo lee. Sacude, conmueve, y sin embargo repele. Causa: "que yo fui el arquitecto de mi propio destino" (el verso es de Amado Nervo, poeta olvidado pero no por mí). La edad en que se le desencadena la locura es exacta en verosimilitud. No obstante sus despiadadas autocríticas —sin duda exageradas por su autocompasión—, el lector intuye que las cinco obras de teatro que este sujeto fracasado escribió en su juventud, eran buenas. Que no es verdad que vino a este mundo con impotencia creadora, sino que la parálisis se manifestó ante el rechazo del establishment, que no pudo resistir por flaqueza de carácter, aunque él se empeñe en creer que el resorte fue cortado por la descalificación de Graciela, sin advertir que no podía esperar otra cosa de una mujer-tipo, absolutamente coherente con su naturaleza de mujer-confort, Conforte. Desespera ver cómo se pasa la vida tratando de exculparse, como fijado en aquel día de hace veinte años, cuando ella lo declara incapaz. Más que compasión, produce irritación que se haya dejado castrar por una mujer a todas luces incompatible con él, o, peor aún, que le atribuya haberle hecho lo que él mismo se dejó hacer. Curiosamente, el lector recién comienza a tenerle lástima, y, poco a poco, a identificarse con él, cuando al fin encuentra la forma perversa de "escribir" lo que no pudo escribir en veinte años, consiguiendo mover las piezas de "su" trama y convertirse en Ludófice, "el hacedor del juego", el creador que siempre quiso ser. La excitación con que logra llenar su vaciedad, las depresiones en las que cae y de las que se levanta según progrese o no en la "escritura" que va creando, reproducen el proceso por el que pasamos la mayoría en las etapas en que creamos o creemos estar creando algo, y esa intensidad de sensaciones nos introduce en su juego, más allá de que se trate de un juego resentido por el mal. En la progresiva identificación, el momento más alto de esta obra mayor de Sorrentino es esa especie de cuento dentro del cuento, desatado por el cartel del quiosquero "No vendo fichas de teléfono. No insista." Allí, el lector es también el humillado. Se "mete" dentro del personaje, puede sentir en carne propia exactamente todo lo que el cartel le provoca hacer y hasta admirar a ese perdedor justiciero que al fin se atreve a arriesgar su parte en el juego de la vida y termina siendo héroe de sí mismo. Marta Spagnuolo Leí la obra del señor Fernando Sorrentino, Carta a Graciela...: fuerte, irónica, humor, que hace que uno pare las rotativas y quiera llegar al final de la cita en cuestión.Gabriela
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Fragmento del libro electrónico
Graciela: En aquella época se repitieron dos, tres, cuatro principios de julio, y en cada uno de ellos vos te acordabas de hacerme algún regalito para mi cumpleaños. Sin embargo, cuando llegó el quinto julio —por estos mismos días, pero de 1967—, tu regalo para mis treinta redondos fue una serie de reproches y de recriminaciones, una cuidadosa pintura de mis precariedades y fracasos, un implacable y lúcido diagnóstico de cuán triste sería tu vida futura si te casabas conmigo. Con fingida reticencia, con despiadada dulzura, me diste finalmente a entender que no me considerabas capaz de construir un razonable porvenir para los dos. Yo no dije nada: tuve el suficiente sentido común de no intentar modificar tu decisión. Y te casaste con ese Sicardi, hombre práctico, hábil, sonriente y lucrativo, con quien vivís en Acassuso, en una hermosa casa de cuentos de hadas, una casa con flores en el jardín y con niños que juegan y gritan: esa misma casa que hace años yo fotografié secretamente, porque, con todo, quería tener algo tuyo de la época en que ya no me pertenecías.
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