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Fecundación fraudulenta

Episodio 18

Ricardo Ludovico Gulminelli
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A la mañana siguiente, se disculpó con Burán, manifestando que tenía que visitar ineludiblemente a su familia; le pidió que la llevara a la casa de su amiga y estaba muy triste y sin ganas de hablar. Roberto aceptó respetuosamente sus explicaciones y no quiso obligarla a quebrar su silencio, llevándola tal y como ella se lo pidiera. Antes de irse, la besó largamente y le dijo:

—Alicia, anoche me hiciste muy feliz, te lo agradezco, nunca podré olvidarlo, aunque ahora me dijeras que no querés salir más conmigo. Espero que no se te ocurra tal cosa, sería muy dichoso si vuelvo a encontrarme con vos...

Burán presentía que la muchacha había resuelto desaparecer. Alicia Sandrelli se censuraba por lo que había hecho; ese sentimiento apagaba todos los demás. Burán, lógicamente no lo sabía, pero su intuición le indicaba que algo extraño pasaba. Por eso pensó que la hermosa Alicia no estaba satisfecha con él o simplemente que no le interesaba mucho la relación que habían iniciado, lo perseguía la idea de que era demasiado viejo para ella, temía provocarle rechazo, o alguna especie de asco. Con lágrimas en los ojos, la muchacha le pidió que le diera un poco de tiempo. Le dijo:

—Perdoná que esté lagrimeando, lo que pasa es que estoy conmovida, todo se produjo tan de golpe, tan vertiginosamente. No sé qué pensar, pero me gustás tanto... De eso podés estar seguro.

Lo besó tiernamente en los labios y prosiguió:

—Roberto, yo también te agradezco sinceramente, no sólo por lo dichosa que me hiciste anoche, sino porque me brindaste tanto cariño, tanta confianza. Creeme que me gustaría volver a encontrarme con vos, hacía muchísimo tiempo que no me sentía tan bien con alguien. Yo te llamaré, no te preocupes.

Roberto la miró dubitativo y acotó:

—Lo que vos digas, querida. Respeto al máximo tu libertad, no te quiero prisionera o esclava, sino libre. Si detenés tu vuelo junto a mí, ha de ser porque eso te da felicidad. Con vos siento algo singular, creo que no podría disfrutar de tu compañía, o de tu cuerpo, si no estoy sintiendo que vos estás disfrutando al mismo tiempo que yo. No puedo desinteresarme de vos, necesito que mis sentimientos tengan eco, sólo así podré quererte bien. Sabés que estaré esperando tu llamada telefónica, ya conocés mis números. Si no estoy, no te olvides de dejar un mensaje preciso o instrucciones para que pueda encontrarte. No olvides que sos para mí una especie de milagro de juventud, un chispazo de felicidad, como un pequeño sol que ilumina gratamente mi madurez. Considerame un amigo incondicional que te quiere, más allá de que vos me des las respuestas que yo ansío, ¿está claro?

—Sí —dijo ella, abrazándose a Roberto fuertemente mientras soñaba con un nuevo encuentro. Otra vez se vio invadida por la imagen de Mabel, por la de Álvez sonriendo irónicamente; su conciencia la atormentaba, la confundía, se encontraba todavía sensibilizada por lo que había vivido. Se bajó del auto e ingresó a la casa de su amiga y, con la mano, envió un postrer beso a su amado. Roberto se quedó unos segundos mirando la puerta, mientras sus pensamientos lo transportaban a lejanos territorios. Recordó a su hija Julieta, a su ex esposa, a Estela su primer romance apasionado. Al volver a la realidad, se sintió complacido, la vida había sido generosa con él, permitiéndole vivir interesantes y placenteras aventuras. Sonrió pensando que, cuando tenía veinte años, suponía que a los cincuenta sería un anciano. Sin embargo nada había cambiado, por suerte todavía estaba en competencia. Más lento, más canoso, más débil, menos atlético, con menor resistencia y virilidad, pero siempre vivo, enriquecido no solamente material, sino espiritualmente.

«La experiencia no es lo vivido», se dijo, «sino lo que de ello aprendemos, ¡qué bueno es sentirme tan lleno de vivencias, de sensaciones, de afectos!, es tan dulce, Alicia, ¿volveré a verla?»

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónNoviembre 2000
Colección RSSNarrativas globales
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