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Fecundación fraudulenta

Episodio 71

Ricardo Ludovico Gulminelli
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MAR DEL PLATA
Sábado, 17 de febrero de 1990

Alicia Sandrelli y Fernando Ridenti llegaron a la Confitería Rimini a las veintiuna, casi al mismo tiempo. Habían escogido ese lugar, porque normalmente era poco concurrido; media hora más tarde se encontrarían con Estela Cáceres, la secretaria de Esteban Álvez. Quisieron anticiparse para intercambiar ideas y prepararse para el encuentro; no podían dejar nada improvisado: el paso que iban a dar era trascendente. La situación de Roberto era angustiosa. De no mediar un cambio fundamental, su suerte estaba sellada. Una vez reconocida su paternidad, sería imposible detener a Juanita Artigas. Resultaba necesario probar que había delinquido: sólo así podrían limitar los derechos de Juana sobre su hijo y privarla de la tenencia. Si no se conseguía este objetivo, Roberto Burán sería derrotado en todos los frentes; el niño sería criado por la madre pese a su manifiesta deshonestidad y ella lo educaría predisponiéndolo contra el padre lo que no le resultaría difícil.

Se dieron un amigable beso y se sentaron; había entre ellos una corriente de sincera simpatía, él estimaba a Alicia, pensaba que era una buena muchacha, simple y afectuosa. Cuando ella se relacionó con Roberto, Fernando se puso contento, le agradaba ver a su amigo tan feliz; por eso, lamentó que el vínculo entre ellos tuviera un final tan sórdido.

Ella estaba tan linda como siempre, llevaba una blusa celeste y un vaquero azul. Blanco de continuas miradas, seguía despertando el interés de los hombres. Fernando inició la conversación:

—Alicia, me alegro de volver a verte, veo que estás bien... Sabrás que nuestra misión es vital, no tenemos tiempo que perder. Necesito que me informes todo enseguida, ¿qué sabés de esta mujer?

—Muy poco —dijo ella—, la conocí en el consultorio de Álvez. Al principio era de carácter huraño, hasta desatenta conmigo, pero la segunda vez que la vi cambió sustancialmente. Creo que la encontré en un momento especial, estaba muy deprimida porque Álvez la había despreciado retándola delante de varias personas. Me confesó que tenía ganas de dejar el trabajo, que el ginecólogo no la respetaba, que estaba enamorada de él y dolida porque la ignoraba. En su momento, me dio a entender que sabía algo del embarazo de Mabel, de lo que yo había hecho. Escuchó parte de mi conversación con Álvez, espiando tras la puerta. Al principio me vio como a una potencial competidora, por eso me trató tan secamente. Cuando comprobó que en realidad estaba siendo presionada, se apiadó de mí. En cierta forma, yo la ayudé para que abriera los ojos; la sumisión que tenía con Álvez la estaba degradando como persona.

—Pero, ¿nunca tuvo nada con él? —preguntó Fernando—, ¿jamás tuvieron relaciones?

—Parece que una vez, pero de modo muy poco romántico, sobre una camilla y sin mayores preparativos. Después de poseerla, él volvió a ser indiferente. Ella se sintió prostituida, degradada como persona, pero no podía hacer nada para zafarse; estaba esclavizada a su voluntad. Hasta hace poco...

—Pero decime, Alicia, ¿vos la seguiste frecuentando?

—Sí, te confieso que a propósito, quería averiguar cosas... Sabía que Roberto podía necesitar mi ayuda, me sentía culpable, deseaba hacer todo lo posible para reparar mis errores. Aún quiero hacerlo, hace meses que no puedo dormir bien, no puedo olvidar como lo engañé. Lo extraño mucho, le quiero. ¡He sufrido tanto lo que pasó!, me siento tan mal...

Los ojos de Alicia se humedecieron, el llanto afloró en ellos. Fernando se conmovió, era tan sensible para los afectos como frío para los negocios, una de las tantas facetas de su compleja personalidad. Dando unas palmadas en el hombro de la muchacha, le dijo:

—Calmate, Alicia: no podés aflojar ahora, Roberto te necesita. Tenés que ser más fuerte que nunca, ¿no querés ayudarlo?, ¿qué es lo que esta mujer puede darnos?, ¿tenés alguna idea?

—Alguna. Ella sabe dónde él guarda sus documentos privados. Es en una caja fuerte, la llave está escondida en un cajón del escritorio. Estela la encontró una vez de casualidad mientras buscaba una tarjeta.

—¿Y qué hay en la caja?, ¿algo que nos pueda servir?

—Quizás sí, Fernando; cuando me comprometí a seducir a Roberto, Álvez me hizo escribir una carta para garantizar mi silencio. En ella, yo confieso que Mabel estaba embarazada y ruego que le haga un aborto. Del texto se deduce que él se había negado con anterioridad a hacerlo; en fin, él queda como el bueno de la película. Yo muestro toda la ropa sucia...

Fernando se quedo pensativo, luego dijo:

—No me parece demasiado importante, no sirve para demostrar la defraudación, no entiendo que pretendía Álvez con esa carta.

—Muy simple, Fernando: si se la mostraba a papá, le provocaría un infarto; él sabía que su salud era muy precaria.

—Sí, lo sé, lamento su muerte...

—Qué le vamos a hacer Fernando, él estaba muy enfermo, así no podía seguir. Por lo menos ahora puedo decir la verdad, mientras vivió hicimos todo lo que pudimos.

—Estoy pensando Alicia, ¿de qué nos podría servir esa carta?, no creo que sea demasiado útil... Bien, veremos que nos dice esta mujer, ¿no te comentó nada más?

—Sí, dijo que se había enterado de otra cosa importante, pero no me aclaró de que se trataba... ¡Ojo!, allí viene...

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónMarzo 2001
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