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Los mejores pronombres

José Preciado
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FINAL
Qué puede sensatamente hacerse ahora, qué deseo
prodigioso puede salvarme de querer estrechar
el espacio hasta ajustarlo a la piel, de aspirar
sinceramente a la asfixia.
Cómo se deshace una sombra, cómo se ignora
un fantasma voraz que engulle horas frías
como el mármol, que empuja las jornadas
a los pies del abismo.
Por dónde se escapa de la zarza de la soledad,
cómo se evitan sus cuchillas que demoran
sádicamente tu imagen
como un caramelo envenenado.
Qué puedo hacer sin rabia con todo lo que tuvimos
sino aspirar a sumarlo a lo que perdimos.
Acumularé vacíos por tanto, ensayaré si acaso
la demolición de la memoria, el derribo,
la ruina de nuestros mejores pronombres.
EN BLANCO
Desnudo, inerme, constante, alumbrado,
soy papel en blanco endulzado
por tus besos, y húmedo y nervioso,
casi con asombro de niño,
abierto de par en par, hilvano y
escribo lo que me dictan tus ojos.
ESCRITO QUEDA
Si sólo se tiene el poema, cada palabra,
de pronto, es una gema mágica y traidora
que con miedo se mide y se pesa,
porque es hospital del sentimiento.
Una tímida coma es un barranco,
un punto, el límite del conocimiento,
y cuantos trazos se asientan en el papel,
con tanto mimo, para que no bullan
y se revuelvan desconocidos,
son hebras contadas de un paño
que se sueña memorable.
Así, casi a golpes, voy quedándome
fijo, y siento que cada verbo,
que cada nombre que a la vista dejo,
a tu vista, no sólo me evidencia
(que, al cabo, es lo que busco),
sino que me va vaciando y me aligera,
me transparenta cuando escrito queda.
MALAVENTURADOS
Soy culpable de arrastrar tu sombra sobre jornadas infinitas
y de guardar el botín de tu risa (esto me lo han prestado)
entre mi ropa, junto a mi piel, a salvo de miradas que temo
o invento y a salvo de mí mismo a veces. Soy culpable
de esperar como un idiota a respirar el aire que mueves
cuando pasas junto a mí, sin pararte, pero quedándote un momento
que saboreo durante minutos como una golosina robada y perfecta.
Soy culpable de maldecir los relojes y de esperar
como un crío insatisfecho un pliegue de las horas,
una burbuja de espacio y tiempo que apague durante un instante
este afán que me quema y que mata más que el olvido (que decía el otro).
Soy culpable de querer apresurar los días que no te tengo
y de querer retener los que se me escapan como aceite entre las manos.
Soy culpable de pensarte y soñarte agónica y continuamente,
de buscarte en sitios que quizá no conoces, de aguardarte
en pausas que ni sospechas que se han abierto como lienzos
o pétalos blancos de deseo y que se cierran como negras cajas
donde entierro tantas veces la esperanza. Soy culpable
de no sentirme más culpable, y de no bajarme ni a tiros
de este lugar alto y dulcísimo donde me has instalado,
frente a vientos como espadas, pero a resguardo; al frío,
pero con el abrigo de tu mirada; solo, pero con el ansia
de tu presencia; muerto de miedo, pero vivo de nuevo.
ESPERA
Si fuera capaz de tratarme con respeto, si consiguiera
enfrentarme con amabilidad a ese que encuentro
en cada esquina de los días y en cada silencio,
me gustaría ejercer distanciadamente una calma cósmica
(esa que deben de tener satélites y asteroides),
para esperarte sentado al borde de un camino
blanco y metafórico, seguro de tu llegada, ansioso
pero firme, o sea: temblando con un cierto estilo.
Pero no hay estrategia ni truco posible que me sirva,
porque nada me alivia ni me salva:
Si, después de esfuerzos lamentables, consigo,
por ejemplo, engañar el hambre, y durante
unas horas me cubro con la costumbre
de no tenerte, acabas, como una dulce niebla,
por no estar en todas partes, y poco a poco
húmedo, acabo por ser tan tuyo como patético.
Si, en cambio, elijo llevarte dentro pero a la vista,
tanto siento que se te ve y tan de lejos, tan mojado
de nuevo me descubro, que busco esconderme
para, al menos, disfrutarte a gusto, y entonces,
al mirarme, soy como un niño egoísta, un poco
repelente, metido en un armario, con una bolsa
repleta de golosinas y de remordimientos.
DE LEJOS
Huérfano y vano, estremecido vivo
junto al espacio que nombras: carencia,
ausencia, memoria, deseo, risa,
caricia.
A resguardo del tiempo hostil
mantengo tibio tu olor, y al aire
amenazo para que no me traicione.
Llevo tu tacto bajo mi piel, llevo
tus ojos entre los míos y puedo
en mis labios besarte todavía
cuando milagrosamente logras,
de pronto, de lejos, iluminarme.
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Copyright ©José Preciado, 2001
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Fecha de publicaciónAbril 2002
Colección RSSSinéresis
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