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Con el sol hasta el cuello

IV

Yolanda Gelices Nieto
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EN LA LEJANÍA
Es hermoso saber
que alguien piensa cada noche en mis ojos
justo antes de cerrar los suyos,
que acaso evoca la paz de unos cabellos
o sonríe y se estremece
con el recuerdo grato de los círculos de nácar
que conforman mis palabras.
Desde la orilla del más dorado ensueño
prepara sus manos puras
para lamer despacio
el gemido de la sangre
sobre la dulce esponja del vientre.
El deseo convoca suplicante
la llama de un incendio inerte,
La espuma triste, despojada de su sal,
resbala por los muslos
como nubes perdidas que no encuentran destino.
Sólo un hambre sedienta de otros labios
contempla tenazmente
el halo violeta
de esa puerta cerrada que son sus sueños,
castillos de soledad que persisten
en rememorar mágicas imágenes ausentes.
EL VERBO
Mientras toda la piel se afana en destruir
un pretérito imperfecto,
una cadena desmadejada de dudas condicionales,
un último suspiro de imperativos de súbito parados,
el presente
cierra los ojos y ama todo despacio,
entre desmemoriadas súplicas de agua
o pájaros inocentes desprendidos del árbol.
Los verbos intransitivos
aprenden a transitar con apariencia
de río, fuente, o mar resucitado,
a descansar
detrás de silenciosos rostros que nada exigen.
Y el mañana
desemboca en un futuro perfecto,
respirando libre su lluvia
de sabias revelaciones
asidas a las más profundas raíces:
Habré amado
Habrás temido
Habrá ansiado
Habremos sufrido
Habréis gozado
Habrán existido.
EL HILO DE ARIADNA
El minotauro ciego
busca y rebusca incansable
a su Ariadna,
entre la hierba, entre las piedras,
entre cientos de rostros y de espectros.
Busca el ovillo mágico
que le ayude a salir del laberinto.
Se pierde,
se extravía,
deambula,
desfallece.
La oscuridad le es odiosa, pero no existe la luz
en la soledad del laberinto
y no alcanza a ver el final del camino,
el final de sus mezquinos afanes y miserias.
Sólo Ariadna puede ayudarle
a encontrar el sendero justo,
ese hilo conductor
que le libre de sí mismo,
de ese sueño inacabado y dilatado en su existencia.
El minotauro ciego
busca y rebusca incansable la salida,
su Ariadna en donde perderse para siempre,
en donde todo es posible,
incluso el oasis,
incluso la luz,
incluso el fruto más dulce,
incluso la inmortalidad.
EL DISCURRIR DEL RÍO
Hay noches que ocupan dos días,
días de cuatro atardeceres,
madrugadas de seis noches,
ocasos que ocupan cien vidas.
Hay tardes de recuerdos rebeldes,
días envueltos con las propias renuncias,
mañanas con sabor a café,
con sabor a la risa encendida de los niños,
con sabor a chocolate caliente y sobrados motivos
para estar agradecidos.
Hay atardeceres en que calla la vida,
en donde se balancean los silencios
como hojas palpitantes que sajan la memoria.
Hay noches en que los sueños lilas crecen,
noches de corazón brillante y amarillo
y noches en blanco en que la razón desfallece.
Noches humedecidas
en las que avanzan en círculos caracoles sabios,
noches serenas de quietud perfecta.
Hay mañanas en las que te vuelves diminuta,
en las que aún se reflejan tus reversos,
la bruma amenazante de la ausencia
y el frío casi imperceptible tensándose en las venas.
Hay días en los que un poema te sana,
ahuyenta las heridas,
libera de los rincones de nieve que perduran
en los bordes del alma,
como gaviotas blancas llenas de espinas,
reconcilia tu pasado y tu futuro.
Hay días en que un poema te salva.
EL ABANDONO AZUL
Con esta sola mano me fatigo
al amarte desde lejos
Vicente Gallego
Entras dócilmente
en los ojos tristísimos del sueño,
en los repliegues profundos
que anidan en las hogueras de tu frente.
Te inclinas
para besar la boca roja que se ensancha
en el temblor blanco
de una presencia
tan sólo presentida entre la niebla.
Te inclinas
para besar tan sólo el aire.
Y un nombre deshabitado
va derritiéndose lentamente
en tu lengua,
se ensortija en el hambre desgarrada
que entre tus dedos tiembla.
Mi voz quema tu mano
cuando tus pies coronan la cima
donde espumean lágrimas,
lágrimas dulces aún por derramar.
DESDE SEIS LADOS
Me sobran bocas,
me sobran besos, caricias, manos,
dientes, dedos...
me sobran días, noches...
me sobra tiempo.
Me sobran crisálidas de azul indefenso.
¿Qué hacer con tanto exceso?
¿Guardarme el vestido, las mejillas, el astro,
el pecho, el carmín, el poema?
¿Beberme la avidez a cucharadas?
¿Dejar que los limones palidezcan
en las manos dormidas sobre el pecho?
¿O recorrer el camino sin fin
de la imagen del reflejo producido en sus ojos?
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Copyright ©Yolanda Gelices Nieto, 2008
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Fecha de publicaciónMayo 2009
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