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Poesía y palabra

Nolberto Malacalza
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I
hay un vino aromado y sutil en el fondo de tus gestos
Noan Phildorman
Bébase a la temperatura de la derrota.
O a la del triunfo,
aunque en este caso hay que hacerlo de inmediato,
antes de que ese dios de baja ralea
se fugue por las cañerías.
No intentes beberlo con indiferencia
ni aturdido por el parloteo de los carros
sobre el empedrado,
ni compartido con los que ignoran el arte de escanciar.
Más importante que enfrascarse en su marbete es
examinarlo a contraluz,
hacerlo girar —porque suele tener caras ocultas—
o bien
darle vueltas alrededor,
con la prudencia de los tiburones
ante la presa que cuelga del hilo.
Hay que amedrentarlo
con un sol pegado a sus ojos. Y cuando por fin
dé muestras de estar domado / ablandado / entregado,
hay que aflojarle la mordaza
y amenazarlo de arma blanca
para que declare de dónde viene y adónde va,
para arrancarle su profesión de fe,
para que arroje los naipes mostrando el juego.
Y una vez que haya capitulado
no lo dudes:
hay que beberlo de un tirón.
II

han desaparecido los barcos que navegó mi juventud

Juan Gelman, Desaparecidos
Esta vez
te llevaré conmigo
a navegar estuarios engañosos.
Juntos
iremos por las anclas que han quedado prisioneras
entre los dedos de los arrecifes.
Te cederé el timón. Pero no pongas proa
al canto lujurioso que te promete amor y vino.
Esas gargantas te envolverán con falsedades
y después de arrastrarte por los filos del coral
te entregarán a Nereo.
(Ella, la que buscamos,
no habita en la traición
ni en los estragos de alta mar.)
También debo advertirte: no hagas pactos con dioses
que prometan cortar
las cuerdas que te amarran a tu sombra.
(Otro es el camino para alzar el vuelo.)
Sabrás que es cueva de falsarios
el puerto que se muestra sin la gaviota muerta.
Así como al tomar la flor
te enfrentarás con las espinas,
para que asome la primera luz
tendrás que desangrar
el aura negra de la noche.
III

Nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia

Jorge Luis Borges, Las ruinas circulares
Encontrar y destruir
relojes y calendarios.
Quemar
planos y matrices
de todo artificio para medir el tiempo.
Alcanzar la circularidad de la lluvia,
ser la gota
siempre una y todas,
como infinitas hojas de un mismo libro.
Remedar a los pájaros,
que han ignorado lo efímero.
Aprender de cualquier criatura
capaz de eludir el deslizamiento de la arena:
ellas
se asumen eternas.
Sólo el hombre, animal deplorable,
fue cargado con una cruz de horas.
Para registro de su muerte
le fueron dados los relojes.
La memoria,
para extinguirse en el olvido.
Sin embargo has de saber
que él tiene en sus alforjas
el recurso final de la palabra.
Reconocer que respira palabras,
que transita sobre un lecho de nombres
le ayudará a resolver el enigma:
Eternidad es también una palabra
y en la palabra
está la eternidad.
IV
la savia terrible que nutre esas hojas vampiras
Enrique Molina, Estetoscopio
Alertas las arañas /
pájaros con vuelo cancelado /
hormigas recluidas en sus laberintos.
El viento inaugural de la tormenta
golpea los telones verdes
como si fuesen velas empujadas
hacia lo más lejano de la sal.
Es necesario sumergirse en esta tarde.
Quiero que bebas con tus ojos
ese tono rojizo de pluma de flamenco,
que mires
al árbol de corazón bermejo
robando gota a gota
la sangre sepultada de los despojados,
que intuyas a los ángeles
volcando
todas las vasijas del cielo.
Hay que entrar a esa cabaña,
contemplar
la mesa con olvidos de cigarros
y ese muñón de vela
cegado por la primera luz.
Hay que entender la añoranza del poeta
cuando desde su silla de madera y clavos
mira hacia esa pared
con galardones de otro tiempo.
Compartir con él la soledad
al verlo contemplar a sus ancestros
enmarcados en madera y polvo.
Ahora
el viejo bardo tiende la mano
hacia el recate de versos hibernantes
pero una voz, desde el fondo del arcano,
le dice:
«No recuerdan el brillo
ni piden por un poco de luz.
¿Para qué despertarlos?»
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Copyright ©Nolberto Malacalza, 2008
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Fecha de publicaciónAgosto 2009
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